“NO HAY MEJOR PRESENTE QUE EL MOMENTO”
Hoy escuché,
no sé muy bien donde, que cuando no sepas que más hacer ante un contratiempo sólo
piensa y siente AMOR. Resulta que he tenido la oportunidad de poner esta idea
en práctica antes de que finalizara el día y me ha resultado tan interesante
como concepto que no he podido evitar escribir sobre ello.
En
ocasiones la
vida se empeña en llevarnos por derroteros inesperados mientras nosotros nos
obcecamos en transitar caminos opuestos. Las cualidades como la flexibilidad o la
resiliencia pueden ser grandes aliadas en estos momentos pero no es fácil ser conscientes
de ello justo en el preciso instante en que un o lo está experimentando.
La sabiduría
ancestral dice: “si un problema tiene solución, búscala y si no la tiene para
que preocuparte”. Si por un breve espacio de tiempo lográsemos aplicar esta gran
verdad espiritual en nuestras vidas nos daríamos la oportunidad de vivenciar el
impacto tan positivo que esto generaría en nuestra existencia.
A menudo las
prisas, el ajetreo y las preocupaciones hacen que perdamos de vista nuestra
orientación primigenia, que desoigamos nuestra voz interior y que cuestionemos
nuestro conocimiento inherente. Son sólo unos pocos los que logran re-conectar
con su esencia, con su centro, a través de la meditación, el yoga, el
mindfulness o algunas de las diversas disciplinas que nos conducen a ello. El
resto corremos como pollos sin cabeza, un día tras otro, intentando
convertirnos en personas productivas, resolutivas o creativas, alejándonos ineludiblemente
de nuestro propósito con cada paso que damos.
Cuando una
pérdida significativa nos azota y nos lastima solemos echar el freno, habitualmente
durante algunos días, en ocasiones hasta semanas, pese a que el dolor por este
trance nos acompañará durante el resto de nuestros días. Sea como sea, suele
ser un periodo en el que deambulamos en la más absoluta soledad y en un
silencio tan encarnizado que somos capaces de llegar a escuchar nuestra propia alma.
Sin embargo retornamos inexorables a nuestra frenética actividad creyéndonos
portadores de razón y verdad. Aunque al poco volvemos a perdernos entre las
prisas y el tumultuoso ruido que acompaña nuestro andar. Ese ruido que
paradójicamente es el que nos aleja de alcanzar todo aquello por lo que luchamos
febrilmente, convertirnos en personas productivas, resolutivas o creativas.
El origen de
tanta incoherencia y sufrimiento proviene de nuestra incapacidad de estar en el momento presente. A todas
horas nuestra mente nos advierte de lo que podríamos perder con ciertos
comportamientos o nos ilusiona con versiones de una vida que en contadas
ocasiones se convierte en nuestra. Simultáneamente nuestro vientre se contrae y
se dilata, iniciando así un baile frenético y desgarrador que súbitamente
conecta con la zona de nuestro cerebro que rige los recuerdos y nuestras
emociones comienzan a ejercer su poder, haciéndonos sentir: resentimiento, melancolía,
vergüenza, temor, desaprobación. Es así como vivimos desde que nos levantamos
hasta que, después de supeditarnos a nuestra mente los últimos minutos del día,
caemos rendidos aguardando con esperanza el nuevo amanecer. Es esta reflexión
la que me ha llevado a titular este texto: “No hay mejor presente que el
momento”. Y lamentablemente no somos capaces de verlo.
En realidad no
es más que un tema de rendición, de tener fe, de confiar en que merecemos lo
mejor. Se trata de una cuestión de desapego para con las motivaciones
superficiales, lo esencial radica en tener claro lo auténtico y genuino que
anhelamos en la vida, en trabajar con pasión y determinación para crear las
condiciones idóneas para lograrlo y finalmente de despreocuparse del resultado,
manteniendo una certidumbre inmutable en que obtendremos sin lugar a dudas
justo aquello que tan intensamente deseamos.
Conozco
maestros que trabajan este aspecto a través de las “visualizaciones y
afirmaciones”, he leído a iluminados que nos advierten que “el Tao no hace nada
y no deja nada por hacer”, me nutro a menudo con ejercicios en los que
construir un “Puente al futuro” pero desde mi más humilde sinceridad confieso
que soy completamente consciente de la teoría pero que a la hora de poner estos
conocimientos en práctica soy tan humana y mundana como el resto de mortales
que corremos por ahí, como pollos sin cabeza.
Me atrevería
a decir que es en esto precisamente en lo que consiste crecer, despertar. En identificar
nuestras inquietudes, seguidamente aprender todo lo que podamos al respecto y
continuar por integrar poquito a poco ese aprendizaje a nuestro ser. Porque si
algo es ineludible, es que una vez despiertas ya no puedes volver a cerrar los
ojos.